Uno tiene que examinar los motivos personales. ¿Por qué una persona quiere jugar a las cartas, dados y juegos de azar en general? Mayormente, las personas están anhelando obtener algo que no han ganado. Se puede estar codiciando, y Dios nos manda a no codiciar (Éxo. 20:17; Deut. 5:21). También se nos advierte sobre la codicia en Efesios 5:3-5 y en I Corintios 6:10. Nosotros no quisiéramos que otros obtuvieran riquezas a costa nuestra. Lo mismo sucede con nosotros, ya que debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mateo 19:19). Por lo tanto, el juego de apuestas es pecado, y el pecado es la transgresión de la ley (I Juan 3:4).
El juego de apuestas puede ser adictivo. Por supuesto, nadie quiere caer en esa trampa. Debemos tener el control de nuestras vidas y no permitir que una adicción nos controle. Encontramos este principio en Romanos 6:16: “...si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis...” Nosotros debemos también ser responsables de cualquier riqueza con la que Dios nos bendice y no malgastarla en los juegos de apuestas. Muchas personas han perdido sus medios de vida al hacerlo y sus familias han quedado en la indigencia (I Tim. 5:08).
El juego de cartas es aceptable como medio de recreación y puede ser una fuente de buena diversión. No es el juego lo que está mal, sino el mal uso de éste. Jugar por diversión, cuando no hay codicia, en realidad puede ser un medio para socializar y contribuir al éxito de una actividad.
La participación en rifas puede parecer inofensiva, pero genera un deseo de recolectar para uno mismo lo que otros han contribuido. Por lo tanto, es una forma de codicia. Un boleto de sorteo que viene como una bonificación al adquirir entradas para un baile, por ejemplo, es aceptable, ya que no implica ganar a expensas de otros. Lo mismo se aplica a un sorteo promocional, en el que se escoge un ganador, y la compra de un billete no está involucrada.
No es práctico enumerar todos los casos posibles que implica un juego de azar. Algunos tendrán que ser evaluados de acuerdo a los principios dados en las Escrituras.