Un cristiano debe confesar sus pecados a Dios — no a los hombres. Lea el ejemplo de David en el Salmo 51. Los pecados no pueden ser perdonados por ningún hombre. Ningún hombre puede mediar entre Dios y la humanidad. Solamente Cristo tiene este oficio. El apóstol pablo escribió: “Por lo cual [Cristo] puede también salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos” (Heb. 7:25). Pablo también escribió: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (I Tim. 2:5). Por lo tanto, una persona debe confesar sus pecados a Dios — no a otro ser humano.
El apóstol Juan escribió, en I Juan 2:1-2, que cuando pecamos, abogado tenemos para con el Padre — a Jesucristo. Cuando confesamos nuestros pecados a Dios, Él es fiel para perdonarnos. Por lo tanto, podemos acercarnos confiadamente al trono de la gracia (Heb. 4:14-16).
La palabra de Dios nos dice que podemos confesar nuestras faltas a nuestros hermanos — para que podamos orar los unos por los otros (Sant. 5:16). Sin embargo, hay una diferencia entre pedir la ayuda de un hermano (o de una hermana) para superar una debilidad humana o una falta y la confesión de los pecados del pasado. Un cristiano no debe confesar sus pecados a otra persona, porque sólo Dios puede perdonar nuestros pecados (Mar. 2:7-10; Luc. 5:21-24). Dios también olvida nuestros pecados, una vez que nos hemos arrepentido de ellos, mientras que las personas no lo hacen.
Algunos han intentado citar Juan 20:23 como prueba de que los ministros y sacerdotes tienen la autoridad para perdonar pecados. Éste dice: “A quienes remitiereis los pecados, les son remitidos; y a quienes se los retuviereis, les son retenidos”. Este versículo no quiere decir que los hombres físicos pueden perdonar los pecados en un sentido espiritual. El contexto de las palabras de Cristo en este versículo era la autoridad que les estaba dando a sus futuros apóstoles y ministros para desasociar a los disidentes y herejes — y para permitirles regresar a la congregación después de su arrepentimiento (Juan 20:21; I Cor. 5:2; I Tim. 1:20).
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