¡Tanta confusión acerca de quiénes son o deberían ser los ministros de Dios! Muchos miles de “hombres consagrados” dicen representar a Dios. Pero, ¿lo hacen? ¿Cómo puede usted saber? ¡Usted puede!
En las iglesias del mundo, las personas deciden por sí mismas si deben unirse al ministerio. Muchos afirman ser guiados por Dios a través de cierta “sensación” sentimental en sus corazones. En la mayoría de los casos, ellos asisten a instituciones bíblicas y seminarios, donde son entrenados metódicamente para aceptar las creencias de su escuela. Tras graduarse, han sido completamente enseñados a torcer las Escrituras a fin de legitimar sus propias doctrinas (II Pedro 3:15-16). Ellos están, entonces, listos para (mal) guiar a una congregación propia.
¿Pero es así como Dios elige a sus ministros?
La misión de un ministro
Las supuestas religiones cristianas de este mundo no están en el asunto de ayudar a sus seguidores a vencer el pecado. Sus ministros no les enseñan a las personas a sacar la levadura espiritual — el pecado — de sus vidas (I Cor. 5:6-7).
Aunque muchas personas bien intencionadas y entusiastas adoran dentro de estas religiones del mundo, el adorador promedio no tiene ninguna intención de humillarse a sí mismo delante de Dios. Él no tiene ningún deseo de sacar el odio carnal, los prejuicios y la avaricia de su vida.
¿Por qué? “Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Rom. 8:7-8).
Para la mayoría, la religión es simplemente una tradición social o un pasatiempo favorito. A diferencia de la única verdadera Iglesia fundada por Jesucristo, el falso cristianismo no guía a sus seguidores a salir del pecado. Éste no enseña la forma de obedecer las leyes de Dios o de desarrollar su carácter santo y justo.
Solamente los verdaderos ministros de Dios guían a su pueblo — en su Iglesia — a salir del mundo y a vencer el pecado. Dios usa a su ministerio para ayudar a los cristianos a edificar el carácter santo y a calificar para regir naciones en su pronto venidero reino.
¿Servir a Dios o complacer a los hombres?
Los ministros de este mundo deben ajustarse a las tradiciones y creencias del tipo de cristianismo de sus iglesias. Cuando las creencias de sus iglesias se desvían de las Escrituras, los ministros deben aceptarlas y defenderlas — incluso hasta el punto de ignorar o explicar equivocadamente las Escrituras.
¿Por qué? Porque ellos nunca han entendido el verdadero significado de la Palabra de Dios. Ellos han sido entrenados para aceptar — sin cuestionar — cualquier cosa que su iglesia o denominación enseñe.
Note el razonamiento humano que guió a los sacerdotes y profetas quienes se alejaron de Dios a fin de seguir los preceptos de la “congregación” de la antigua Israel: “Ve, pues, ahora, y escribe esta visión en una tabla delante de ellos, y regístrala en un libro, para que quede hasta el día postrero, eternamente y para siempre [una verdad profética y eterna]. Porque este pueblo es rebelde, [específicamente la antigua Israel, pero también la humanidad en general], hijos mentirosos, hijos que no quisieron oír la ley del Eterno; que dicen a los videntes: No veáis; y a los profetas: No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras: dejad el camino, apartaos de la senda, quitad de nuestra presencia al Santo de Israel” (Isa. 30:8-11).
Note que los versículos dicen que el pueblo es rebelde y mentiroso, y que no quiere oír la ley de Dios. En cambio, ellos le dicen a los videntes y a los profetas que ignoren las visiones de Dios: “No nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad mentiras”. Para las mentes carnales, la verdad de Dios — la forma correcta de vivir — es irrelevante. (Para entender mejor las obras de la mente carnal, lea nuestro folleto ¿Creó Dios la naturaleza humana?).
Los ministros del mundo deben seguir los preceptos de sus rebaños — o enfrentar el desempleo. Solamente los ministros que predican sermones halagüeños y que no condenan nada, conservan sus puestos. Ellos citan a fuentes seculares para exhortar suavemente a sus congregaciones a adquirir algún rasgo admirable de carácter. Pero la corrección de la Palabra de Dios no es tolerada. La congregación solamente escuchará “cosas halagüeñas” desde el púlpito.
Los ministros de este mundo están más preocupados en complacer a las personas — especialmente a aquellos que controlan la nómina de empleados. Ellos sacan a Dios de la ecuación. Note: “Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra; los profetas profetizaron mentira, y los sacerdotes dirigían por manos de ellos; y mi pueblo así lo quiso. ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin?” (Jer. 5:30-31).
El complacer a la multitud puede ser la acción más popular ahora, pero el juicio final de Dios probará que hacer eso es equivocado.
La mente carnal tiene muchos mecanismos de escape diferentes, pero eventualmente todas las personas se enfrentarán al todopoderoso Dios Eterno. Entonces, todos reconocerán que deben complacer al único Dios verdadero — no a las personas — por sobre todas las cosas.
El camino de un ministro
Por una parte, los ministros de la verdadera Iglesia de Dios tienen un camino más fácil que los ministros del mundo. En lugar de tener que encubrir, sesgar, retorcer y pervertir las Escrituras para legitimar falsas doctrinas, los ministros de Dios simplemente dejan que la Biblia se interprete a sí misma. Es mucho más fácil cuando las creencias propias están en armonía con lo que la Palabra de Dios enseña.
Por otra parte, los ministros de Dios recorren un sendero mucho más difícil. Puesto que no temen predicar doctrinas verdaderas, son perseguidos y atacados rutinariamente. Esto es porque Satanás, el dios de este mundo (II Cor. 4:4), odia la verdad. Él usa a sus ministros (II Cor. 11:13-15) y seguidores para perseguir y atacar la verdad de Dios y a aquellos quienes la enseñan con coraje.
Mientras más verdad predique y enseñe un ministro de Dios, más viciosamente puede esperar ser atacado.
El llamamiento de Dios
Cristo dijo: “Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (Juan 6:44). El llamamiento de un cristiano no es la respuesta a una petición desde el púlpito, ni es algo que alguien pueda decidir por sí mismo. Dios el Padre escoge a cualquiera que Él llama. Él decide si alguien tiene algo que ofrecer y si puede servirle a Él.
Dios también considera si una persona tiene, o no, lo que se requiere para perseverar hasta el fin, teniendo en cuenta sus atributos presentes y potenciales.
Juan 6:65 enfatiza esta misma verdad vital: “ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado del Padre”. Cuando la mente de alguien es abierta a la verdad, es porque el Padre le está llamando.
De la misma forma, Dios llama y elige hombres para servir en su ministerio. En Mateo 16:18, Cristo dijo: “edificaré mi iglesia”. Cristo edificó su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y profetas (Efe. 2:19-21). Esta es la razón por la que los doce discípulos fueron instruidos de manera especial; ellos se convirtieron en los apóstoles originales.
Efesios 1:22-23 declara: “y sometió todas las cosas bajo sus pies (de Cristo), y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo”. Cristo, trabajando a través del liderazgo de la Iglesia, selecciona hombres para asumir responsabilidades ministeriales. En ningún lugar de la Biblia los siervos de Dios tuvieron elecciones democráticas para decidir a quién ordenar al ministerio. Tampoco hay ninguna mención de comités de púlpito o de que los diáconos contraten y despidan a los ministros según su propia discreción.
Diferentes rangos en el ministerio
El liderazgo de la Iglesia es delegado en posiciones — rangos — de autoridad y responsabilidad: “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros” (Efe. 4:11).
¿Por qué? “A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor” (vs. 12-16).
La palabra griega original para ministro, diakonos, significa “maestro o pastor”. También significa “siervo, asistente (como uno que hace diligencias), o un mozo (como uno que se encarga de tareas de siervo)”. Un ministro debe estar dispuesto a recorrer grandes distancias, al igual como lo hace un pastor, para proteger, guiar y alimentar espiritualmente a su rebaño.
Cristo les dio a los diáconos y diaconisas la responsabilidad de satisfacer las necesidades físicas de la Iglesia.
En las décadas recientes, la era de Filadelfia de la Iglesia de Dios (vea Apocalipsis 2 y 3, donde se describen las eras de la Iglesia) ha seguido Efesios 4:11 para definir los rangos ministeriales. Un hombre no era considerado un ministro sino hasta que él alcanzara por lo menos el rango de Anciano Predicador.
Los ancianos locales cumplían muchas de las mismas funciones que los ancianos Predicadores, pero no eran ministros. Los ancianos locales estaban frecuentemente siendo entrenados para convertirse en ministros. Los ancianos Predicadores habían adquirido años de valiosa experiencia como ancianos locales antes de ser ascendidos en rango.
De igual forma, para calificar para convertirse en un ministro con rango de Pastor, un Anciano Predicador debía tener años de experiencia sirviendo necesitaba tener muchos años de experiencia sirviendo fielmente al rebaño de Dios.
Los siervos de Dios no se ofrecieron como voluntarios
Los discípulos de Cristo no se eligieron a sí mismos o realizaron campañas políticas para alcanzar su promoción o selección. Ellos fueron llamados y escogidos por Dios. De hecho, no hay ningún ejemplo en toda la Biblia de que los siervos de Dios hayan venido adelante y se hayan ofrecido como voluntarios para los oficios que recibieron. Dios los eligió a ellos, a través de Cristo.
Note el relato en el libro de Amós: “Porque así ha dicho Amós: Jeroboam morirá a espada, e Israel será llevado de su tierra en cautiverio. Y Amasias [uno de los oficiales de más alto rango del Rey Jeroboam en el Reino del norte de Israel] dijo a Amós: Vidente, vete, huye a tierra de Judá, y come allá tu pan, y profetiza allá; y no profetices más en Betel, porque es santuario del rey, y capital del reino. Entonces respondió Amós, y dijo a Amasias: No soy profeta, ni soy hijo de profeta, sino que soy boyero, y recojo higos silvestres. Y el Eterno me tomó de detrás del ganado, y me dijo: Ve y profetiza a mi pueblo Israel. Ahora, pues, oye palabra del Eterno” (Amós 7:11-16).
Amós se vio a sí mismo como un pastor y obrero común — sin las credenciales de un profeta. Pero él continuó diciéndole a Amasias el verdadero mensaje de Dios — no un sentimiento imaginario de su corazón. Este mensaje y cargo era tan conmovedor que Amós valientemente se lo comunicó a los más altos oficiales de Jeroboam — ¡una acción bien pudo haberle costado la vida a Amós! Él no se ofreció como voluntario para hacer esto, ni lo tomó como un desafío de sus amigos. Él lo hizo porque Dios lo escogió a él y le dio esa responsabilidad.
A lo largo de la Biblia, hay muchos ejemplos de Dios seleccionando hombres para ministrar como sus siervos — hombres que no se ofrecieron como voluntarios para su comisión. De hecho, ellos muchas veces buscaron formas de salirse de esa comisión.
El profeta Jonás huyó del cargo que Dios le dio de advertir a Nínive. Cuando Dios llamó por primera vez a Jeremías a convertirse en su profeta a Judá, Jeremías dio muchas excusas. “¡Ah, Señor Dios! No sé hablar, porque soy joven” (Jer. 1:6, Nueva Biblia Latinoamericana de hoy).
Moisés también dio excusas cuando Dios lo llamó: “Quién soy yo para que vaya… ¡Ay, Señor! nunca he sido hombre de fácil palabra, ni antes, ni desde que tú hablas a tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua” (Exo. 3:11; 4:10).
Dios le ofreció a Moisés respaldo alentador: “Y el Eterno le respondió: ¿Quién dio la boca al hombre? ¿o quién hizo al mudo y al sordo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo el Eterno? Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar” (vs. 11-12).
Pero Moisés otra vez trató de evitar el llamado: “Te ruego, Señor, envía ahora el mensaje por medio de quien Tú quieras” (vs. 13, Nueva Biblia Latinoamericana de hoy).
Afortunadamente para Moisés, Dios fue paciente, aunque estaba comprensiblemente enojado: “Entonces el Eterno se enojó contra Moisés” (vs. 14).
Dios usó a Moisés, a pesar de su renuencia a pararse delante de “la línea de fuego”. Aarón se convirtió en su vocero.
Como usted puede ver, Moisés, Jeremías y otros grandes siervos de Dios no ofrecieron sus servicios como voluntarios. Dios los seleccionó.
Conocidos por sus frutos
Una clave crítica que Dios usa para escoger a sus ministros se encuentra en Mateo 7: “Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis” (vs. 17-20).
Cristo les habló estas palabras a sus discípulos en la noche antes de su crucifixión. Esto también fue cerca del final de sus tres años y medio de intenso entrenamiento, y el comienzo de sus apostolados para ayudar a edificar la Iglesia bajo Cristo.
Cristo les dijo a ellos: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca” (Juan 15:16).
Estos discípulos y futuros apóstoles (con la excepción de Judas Iscariote) confirmaron su llamamiento a través de su lealtad y crecimiento en el Espíritu y poder de Dios. Cristo, guiado por la voluntad del Padre, eligió a cada uno de ellos, llamándolos de sus ocupaciones previas, a venir y seguirle a Él.
Hoy, los líderes de la Iglesia de Dios son responsables de analizar cuidadosamente los frutos de los ministros potenciales. Ellos deben examinar sus logros y crecimientos en diferentes situaciones, especialmente en los frutos del Espíritu de Dios: “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gal. 5:22-23).
Historial y antecedentes
El escoger a hombres para que se conviertan en ministros de Dios requiere una cuidadosa deliberación durante un largo período de tiempo. Dios hace responsables a los líderes de la Iglesia. Ellos necesitan ser cuidadosos y cautos en asuntos tan vitales.
En la mayoría de los casos, los ministros de Dios han servido en capacidades menores por muchos años, probando su compromiso y confiabilidad a largo plazo. El ordenar a hombres al ministerio de Dios jamás se hace de manera repentina. El apóstol Pablo amonestó a Timoteo, un ministro, en relación a esto: “No impongas con ligereza las manos a ninguno, ni participes en pecados ajenos. Consérvate puro” (I Tim. 5:22).
Ordenar a un “bebe” o neófito espiritual al ministerio casi siempre presagia desastre. Dios sabe eso. Él ha atestiguado 6,000 años de naturaleza humana y todo lo que surge de ella: lujuria, avaricia, orgullo y vanidad. Dios entiende que los seres humanos son, en lo mejor de los casos, extremadamente complicados y capaces de engañar — incluso de engañarse a sí mismos.
Por esta razón, los ministros fieles siempre han observado el récord historial de un hombre. No obstante, ese hombre casi nunca está consciente de ello. Así, él no se ofrece como voluntario ni emprende campañas políticas para “obtener” de alguna manera un puesto ministerial. A medida que Dios guía a sus ministros, Él les aclara a ellos a quién elegir a través de examinar los frutos del hombre, además de otras directrices bíblicas.
Sin embargo, en las décadas recientes, ciertos ministros liberales han ordenado, de manera descuidada y casual, a hombres solamente por razones políticas. Algunos de estos “nombramientos políticos” se han establecido en varios grupos dispersados del pueblo de Dios. Tornándose ásperos y prepotentes, a estos hombres les ha sido dada la libertad de saquear al remanente disperso del rebaño de Dios. Puesto que ellos nunca debieron haber sido ordenados, en primer lugar, estos “lobos” han ahuyentado completamente a un gran número de hermanos de la Iglesia de Dios (Hechos 20:29). Usted puede ver por qué son necesarias tantas precauciones al seleccionar a los ministros de Dios.
Algunas personalidades son naturalmente más dominantes que otras, pero las personas prepotentes y dominantes rara vez constituyen ministros edificadores. Lo peor que les podría suceder a tales hombres (y a aquellos bajo su dirección) sería darles demasiada autoridad y poder. Tarde o temprano, ellos se convertirían prácticamente en dictadores.
Para seleccionar hombres que se convertirían en ancianos, Pablo le dio a Timoteo directrices detalladas: vigilancia, sobriedad, hospitalidad, la habilidad de enseñar y ayudar a los hermanos, paciencia, y que haya enseñado apropiadamente a sus hijos una conducta correcta.
Algunos atributos que descalificarían a un hombre de ser ministro incluyen una debilidad por las bebidas alcohólicas, la codicia por el dinero, etc., o si es contencioso.
Pablo escribió que el hombre no debe ser un “neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (I Tim. 3:6). Los frutos de un hombre deben ser evaluados, y él debe tener un largo historial de servicio fiel a Dios. Éstos no se producen de la noche a la mañana. Ellos llevan tiempo y necesitan una cuidadosa deliberación.
Un ejemplo claro — El apóstol Pablo
Cuando Dios llamó milagrosamente a Pablo a la verdad, Pablo no se convirtió inmediatamente en un ministro, aunque él había sido “instruido…a los pies de Gamaliel”, quien era un doctor de la ley, bien conocido y altamente respetado por su conocimiento y entendimiento doctrinal.
Bajo Gamaliel, Pablo fue “instruido…estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios” (Hechos 22:3). Pablo era tan celoso, que él incluso persiguió y encarceló a los cristianos, trayendo a muchos a la muerte (vs. 4). Él era tan efectivo y, como resultado, respetado por eso, que el sumo sacerdote y el consejo de los ancianos — los más altos poderes religiosos en Judea — le dieron a él la autoridad de actuar en nombre de ellos.
Note lo que él escribió de sí mismo en Filipenses 3: “Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la Iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (vs. 4-6).
En Gálatas 1:14, él escribió, “Y en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres”.
Pablo, humanamente hablando, tenía mucho de que jactarse. A los ojos del mundo, él tenía suficientes credenciales como para convertirse inmediatamente en un ministro tras su conversión. Pero Dios no lo usó en esa forma.
Cuando Dios llamó a Pablo (aproximadamente en el año 35 D.C.), Él no lo convirtió inmediatamente en un apóstol — ni siquiera en un ministro. En cambio, Pablo fue a Arabia y fue enseñado por Cristo, en visión, por tres años. Después de esto, él visitó Jerusalén por 15 días y conoció a los apóstoles Pedro y Santiago — el medio hermano de Cristo. Entonces Pablo viajó a lo largo de Siria y Cilicia, estableciéndose en su ciudad natal de Tarso (Gal. 1:11-24; 2:1; Hechos 9:1-30; 11:19-26).
Las Escrituras revelan que, a pesar de las impresionantes credenciales de Pablo, él no fue usado activamente como un apóstol hasta muchos años después de su conversión.
Reputación de los de afuera
En I Timoteo 3:7 hay otra calificación — un ministro potencial “debe tener buen reporte” de aquellos afuera
de la Iglesia. Esto significa que no tenga antecedentes policiacos, tales como conducir de manera imprudente o alguna clase de delito, sea mayor o menor. También significa tener un récord financiero limpio, como una calificación de crédito aceptable, y no estar involucrado en evasión de impuestos, etc. También significa tener un récord de integridad en su ocupación o en sus negocios.
I Timoteo 3:10-11 lista las calificaciones de los diáconos, pero también aplican a los ancianos locales y ministros. “Y éstos también sean sometidos a prueba primero…Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras, sino sobrias, fieles en todo”.
Dios elige a sus ministros a través de examinar y evaluar los frutos y antecedentes — espirituales, ocupacionales, financieros y legales — de cada hombre. Este proceso de selección no puede ser tomado a la ligera, porque los ministros de Dios representan su gobierno en la Iglesia, “que es…columna y baluarte de la verdad” (I Tim. 3:15).
Si un hombre “pasa la prueba” y cumple con las calificaciones, entonces llega a otro obstáculo: ¿Está él dispuesto y puede hacer el trabajo?
Esto es expresado en Tito 1:9: “retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada [al hombre que está siendo considerado], para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen [aquellos quienes refutan, niegan o contradicen la verdad]”. Él debe poder usar la sana doctrina para exhortar y convencer a los que contradicen porque, como lo muestra el versículo 10: “hay aún muchos contumaces, habladores de vanidades y engañadores”. Esto era cierto en el tiempo de Pablo y mucho más hoy día, en el tiempo del fin, cuando el rebaño está disperso y los ancianos fieles son muy pocos.
Así que, entonces, el ministerio debe ser más cuidadoso y cauteloso para ordenar hombres, porque la mayor amenaza para la Iglesia de Dios siempre viene de los ministros desleales.
Pablo advirtió acerca de esto en Hechos 20:29-30: “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos”. Los ministros y ancianos que permanecen cerca de Dios también permanecerán fieles a su verdadera Iglesia y a hacer su Obra.
Otras consideraciones
Aunque ser un ministro trae grandes recompensas por servir al pueblo de Dios, hay implicaciones serias. Santiago, apóstol de la Iglesia de Jerusalén (cerca del año 42 D.C. al 62), dijo: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación [juicio]” (Santiago 3:1).
No es necesariamente equivocado que un hombre desee convertirse en un ministro. Note: “Palabra fiel: Si alguno anhela obispado (el oficio de un anciano), buena obra desea” (I Tim. 3:1).
Pero él debe reconocer que Dios le requerirá un estándar más alto y un juicio más fuerte. Dios espera que aquellos quienes enseñan a otros, practiquen lo que ellos predican y que caminen en su verdad — de otra cuenta serán encontrados caminando en hipocresía.
Santiago 3:1 da una ilustración más clara: “Hermanos míos, que no se hagan maestros muchos de ustedes, sabiendo que recibiremos un juicio más severo”. (Nueva Biblia Latinoamericana de hoy).
Solamente hombres
Dios también prohíbe que las mujeres se conviertan en ministros en su Iglesia. Sin embargo, Él sí les permite a ellas servir como diaconisas y en otras capacidades. Dios pone el estándar. Él ha determinado desde hace mucho tiempo que los hombres sean los líderes en las familias y en la Iglesia.
En I Corintios 14:34, Pablo amonestó: “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice”.
I Timoteo 2:12 añade, “Porque no permito a la mujer a enseñar, ni ejercer dominio sobre el hombre, sino estar en silencio”.
Finalmente, I Pedro 3:1-4 demuestra un bello aspecto de esa humilde sujeción: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”.
Desafortunadamente, las mujeres hoy algunas veces asumen el liderazgo en las familias porque, o el hombre no está presente, o él falla en asumir su responsabilidades dadas por Dios. En tales casos, las mujeres “cargan la antorcha” — la responsabilidad — por necesidad.
Pero en la Iglesia de Dios, ese no es el caso. Cristo dijo: “edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades [la muerte] no prevalecerán contra ella” (Mat. 16:18). A lo largo de los 2,000 años de historia de la Iglesia, Dios siempre ha proveído ministros fieles y leales — hombres — para alimentar y guiar a su rebaño.
Líderes con grupos que vienen a la verdad
A lo largo de los años, han surgido ocasiones en las cuales un grupo, incluyendo a su ministro, viene a la verdad por primera vez, y busca entrar juntos en la Iglesia de Dios. Es muy alentador cuando la Obra de Dios hace impacto en países alrededor del mundo. Nosotros les damos la bienvenida a aquellos quienes buscan seguir el camino y las leyes de Dios.
No obstante, nosotros tenemos que ejercer cuidado y cautela cuando nos enfrentamos a grupos que posiblemente vengan a la Iglesia de Dios Restaurada. El proceso debe de ser lento y metódico. Puesto que nuestras doctrinas son nuevas para muchos, éstas deben ser examinadas cuidadosa y profundamente.
Nuestra meta es la de mostrarle respeto diplomáticamente a un líder que busca venir con nosotros como el vocero principal y coordinador de un grupo. Pero solamente después de un período considerable, el cual usualmente comprende de muchos años, podría él ser ordenado como ministro, si Dios lo está seleccionando.
Dios hace responsable al liderazgo de la IDR de no ordenar repentinamente a alguien que sea nuevo en la fe. Además, todas las otras condiciones de las Escrituras deben ser cumplidas.
Si Dios abre la mente de un líder y de aquellos dentro de su grupo, y él continúa sirviendo al grupo y está dispuesto a humillarse a sí mismo, este podría ser un indicio de que Dios está trabajando con él. Recuerde que Cristo, a quien debemos seguir e imitar, “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo…se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte…Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo” (Fil. 2:7-9).
Un líder como este tendría que llegar a entender que su puesto anterior es irrelevante delante de los ojos de Dios.
Es a Dios a quien servimos. Nosotros nos sometemos a su gobierno por el bien del orden y la unidad. Si tal líder es ordenado después del período de un tiempo, el tendría que continuar sometiéndose al gobierno de Dios — y hasta más. Como ministro, él representaría directamente el gobierno de Dios para su grupo. Él nunca podría ser un dictador despiadado. Él debe ayudar y servir al pueblo de Dios.
II Corintios 1:24 dice, “No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colaboramos para vuestro gozo; porque por la fe estáis firmes”.
Dios invariablemente llama sólo a unos pocos o a ninguno en algún grupo determinado. La historia de la Iglesia lo demuestra. Hay recuentos aislados de grupos más grandes que vienen a la verdad — no obstante, generalmente se reducen con el tiempo.
Note lo que Cristo dijo en Lucas 21: “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros” (vs. 16). Puesto que es difícil incluso para las familias el permanecer unidas bajo la verdad de Dios, la probabilidad de que un grupo de cientos de personas lo haga es remota. La experiencia pasada ha demostrado que, cuando un grupo vino por primera vez a la verdad, solamente unos pocos eran realmente llamados.
Los riesgos son altos
Dios, para proteger a su rebaño, requiere que los ministros cumplan con ciertas calificaciones a fin de enseñar y guiar apropiadamente a los futuros líderes de su pronto venidero reino. Como un proceso de selección, Dios evalúa los frutos y el historial de los potenciales candidatos ministeriales. Él también ha creado una específica guía de Escrituras, la cual exige que tales hombres mantengan un estándar de carácter más elevado.
Aquellos que se convierten en sus ministros tienen uno de los trabajos más exigentes, desafiantes, pero más gratificantes que podrían percibir. Los riesgos son grandes. El ministerio no es un lugar para neófitos, ni es algo que se deba tomar ligeramente.